La primera vez que de jovencita me
recomendaron polen no pude imaginar que sería un complemento habitual en mi
dieta. Su sabor amargo y su textura granulosa y dura no le hacen favor a sus
cualidades nutricionales. Ni mejor ni peor que otros alimentos de la dieta, lo
que no se puede negar es que su consumo sólo puede ser positivo para la salud.
El polen es el polvo amarillento que
se forma en las anteras de los estambres de las flores. Las abejas, en su labor
polinizadora trasladan este polvo formado por microesferas a otras flores. El
polen que conocemos comercializado son gránulos que las abejas redondean con
sus patas al mezclar este polvo con néctar, y del que se desprenden a la
entrada de la colmena.
El polen es muy rico en nutrientes,
ya que en su origen es una célula germinal. Su contenido en vitaminas, enzimas,
aminoácidos y minerales es muy alto, por ello es un complemento dietético ideal
para aquellos estados nutricionales en los que aparezcan deficiencias (astenia,
cabello y uñas debilitados, piel deteriorada…) o bien se necesite un plus
nutricional por estados convalecientes, etapas de crecimiento o incluso
actividad deportiva. En su composición destaca el alto porcentaje de proteínas,
con presencia de casi todos los aminoácidos esenciales para el organismo, gran
cantidad de vitaminas (Pro vitamina A en cantidad importante, vitamina del
complejo B (incluyendo ácido fólico), C, D, E, P (Rutina), Colina, etc.), Hidratos
de carbono (20- 40%), fibra, sales minerales (Calcio, Magnesio, Yodo,
Manganeso, Zinc, Cobre, Potasio, etc), enzimas y coenzimas digestivas, y
fitoesteroles.
Aún a falta de un mayor número de
estudios que corroboren sus efectos terapéuticos, el polen se le considera un
buen tónico intestinal y métabólico, con acción reguladora en los procesos de
estreñimiento y/o diarrea; estimulador del apetito y del metabolismo en
general, con efectos positivos en la producción de glóbulos rojos, la
disminución de la fatiga y de la tensión arterial, y la mejora de la apariencia
de la piel y de las uñas.
En el mercado puede encontrarse en
forma de polen seco, fresco, molido y extracto de polen. En el caso del polen
seco, para considerarlo de calidad debe tener valores de humedad inferiores al
5% y estar envasado en tarros herméticos. El polen fresco se conserva
congelado, y lo que se hace es pasar la cantidad a consumir durante unos días a
un envase más pequeño que se guarda en la nevera. Las propiedades de uno y otro
no varían, si bien es cierto que el polen fresco se disuelve mejor.
Su color puede variar desde el
anaranjado rojizo hasta el verde pasando por el amarillo, y ello dependerá de
si procede de un solo tipo de flor (monofloral) o de varias flores
(multifloral). De ello también dependerá su sabor, más dulzón o más amargo
(dando por hecho que dulce dulce no es….)
Pueden tomarlo niños y adultos,
siempre que no haya antecedentes de alergia. De cualquier modo siempre es mejor
comenzar con dosis pequeñas e ir aumentando poco a poco la cucharaditas para los adultos. Aunque puede
ser consumido en cualquier época del año, es recomendable en primavera y otoño para
hacer frente a los estados de astenia que a veces acompañan a estos cambios
estacionales. Yo lo tomo a la mañana, mezclado con mi café con leche (y miel,
ya por vicio), pero puedes tomarlo con cualquier líquido frío o caliente, o
añadido a yogures, ensaladas etc. Hay que tener en cuenta que para una mejor
asimilación, lo ideal es que se deshaga, y ello es más rápido en un líquido
templado o caliente.
¿Eres fan del polen? Si es así seguro
que estás de acuerdo en que es un estupendo aliado para esta vida loca. Si
nunca lo has probado, te animo a hacerlo (siempre y cuando estén descartadas
las alergias), aunque sólo sea para ver qué pasa…y si te encuentras en algún
momento bajo (física o anímicamente), no lo dudes e incorpóralo en tu dieta, lo
agradecerás!!!!